lunes, 13 de octubre de 2014

Lecturas de fin de semana

El fin de semana es de lecturas descontroladas. A las 8 am del sábado el ruido inconfundible del periódico al caer en el centro del patio te sorprende casi despierto del todo. Puedes imaginar el trayecto: de norte a sur, el motoconductor avanza con  determinación. Los años de entregas al mismo domicilio le aseguran la certeza y el tino: sin detener su marcha, con la fuerza propulsora que trae consigo, envuelto en esa ráfaga fría que le rodea desde que muy temprano sale de su base, con unas ganas raras de cumplir con su misión arroja de derecha a izquierda por encima del inmenso zaguán —tal y como se le indicó— la bolsa de plástico transparente que contiene el diario extranjero e internacional. Cae. El ruido hace eco debajo de los autos estacionados; penetra las puertas y ventanas dejando su onda expansiva en determinados objetos que bailan levemente; sube por los escalones dispares sin tropezar, es liviano su paso y silencioso su recorrido (gran contradicción); empuja con sigilo la puerta, tu puerta, llega a ti y se abraza como el hijo ido y vuelto luego de la larga ausencia involuntaria. Soy yo, dice. Sientes sus pies fríos, su aliento de centavo, la mano huesuda que descansa en tu hombro descubierto, la mirada inquisidora. 

Es de mañana te dices. Y la primera preocupación será si podrás leer de corrido. Si habrá interrupciones de nuevo. Si la tecnología será de nuevo el Judas que vive junto a ti. La primera impresión de la mañana es que el día es corto, lleno de todo lo que no te interesa; ausente de espacios y de porvenires; copia de la copia: lugar sin paraíso. Desde hace mucho que las lecturas de fin de semana son la odisea más compleja que tienes que sortear. Puedes leer demasiado o padecer inanición, sequía, deshidratación. Es complejo y fácil (esas dualidades que matan). La mañana ha avanzado y decides ir a buscar algo que leer: revista, libro, diario, dispositivo portátil, copias, exámenes, la lista puede incluir instructivos y reversos de artículos de baño. Lo que sea con tal de contrarrestar la imagen nocturna de anoche. No quieres pensar en ella.

Dice el diario que los hombres han acabado con los hombres. Que la muerte es un dato más en medio de los datos: no tiene importancia. Que la humanidad y su raciocinio lo han invadido todo: la naturaleza, el espacio, lo abstracto, la irrealidad. ¿Lo dice el diario o el libro ése, el importado? ¿También es ahí donde se habla de Jünger?: "El mundo nihilista es en su esencia un mundo que se reduce cada vez más, lo que necesariamente coincide con el movimiento hacia el punto cero". El hombre en su reducción. Quizá lo leíste en la revista, entre los anuncios de moda y de estilo; entre los artículos de psicología práctica: "El comportamiento perfeccionista, cualidad muchas veces vanagloriada en las entrevistas de trabajo, es el resultado de una perfección no vista en uno mismo; uno no se acepta como es y va por el mundo pregonando el deber ser". Pinches perfeccionistas. Unas cuantas vueltas por el cuarto de lectura y ya has cogido otra cosa. Se trata de no estar con nadie. Mucho menos contigo. ¿Por qué has soñado eso? ¿De dónde su imagen de fragilidad? ¿Esa sensación?

Por la noche nada es diferente. Sólo deseas que mañana el día avancé sin contratiempos, si visitas, sin ruidos del pasado. Buscarás, lo sabes, en la lectura siguiente algo que te mueva, que te cimbre de verdad. Mucho has viajado entre libros y mentes ajenas como para que te seduzca la primera gran supuesta impresión. La creación de novatos y los intentos seniles nada pueden contra ti. El domingo leerás desde las 7. El diario llega más temprano por alguna extra razón. No habrá ritual. Te encontrará de pie, en silencio profano, pensando en la visión ésa: la frágil mujer a la que en sueños proteges de extraños —¿vecinos acaso?—, quienes tratan de romper su castillo de metal, penetrar a su vida, poseerla. Romper sus gafas. La verás entonces: es ella: es su cabello, son sus formas, es su mano diestra. ¿Pero quién es? ¿Existe, te preguntarás de nuevo? Y esta vez no querrás huir entre lecturas de fin de semana. En ese mismo entre sueño buscarás la respuesta, un rostro, un nombre, algo que te diga dónde o por qué inició todo. Ya no querrás misterios ni símbolos ni interpretaciones psicoanalíticas: no es tu madre, no es tu casera, no es tu jefa, no es mujer conocida, no. No te bastará con leer y tener por ello la latente esperanza de hallarla impresa: chica de reportaje, mujer de anuncio, señora de profesión singular, estudiante imperfecta por inocente que ha ganado el premio de creación... Avanzarás al vacío sin notar que la mañana de sol deslumbrante te cobija. Ve por tu respuesta.

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