martes, 7 de octubre de 2014

Corazón sin compañía



"Para el corazón sin compañía, para el alma sin rey...": Leonard Cohen. Como todo el que duerme solo, a la mañana siguiente experimentas una extraña resaca. Tienes de pronto la boca llena de ideas, de palabras, de decires por compartir. La noche te llena de temores y de valentías, de decisiones por tomar. Es tu primer impulso materializarlas vía la oralidad, decirlas, suenen. Salgan. Las preocupaciones rondan tu vida de mañana; son tus solitarias compañeras. Es tu corazón un son sin melodía. Corazón sin compañía.

El impulso te lleva a compartir. No buscas, pero en el fondo, entre las voces que escuchas de camino, deseas encontrar. La noche fue mala. La madrugada agotadora entre el ir y venir de tu cuerpo doblado de tiempo. Lo han encorvado los pensamientos no compartidos, no hablados, no dichos, no expulsados. Ésos que cargas desde quién sabe cuándo. Cuerpo quebrado sin edad. Entre las mismas voces, ésas que te rodean sin ver, arañas la sensación de compañía. Te sientes aliviado.

Cuentas, cuentas, cuentas. Hablas, hablas. Rememoras hasta la última gota posible de tus horas pasadas inmediatas. La luz entra a tu cuerpo. Hay entonces una ligera sensación de alegría. La contradicción es evidente: crees hallar a otros que duermen solos como tú y que como tú han despertado el malestar interior que pocos ven: especie de existencia alterna a la que prevalece durante el día. Y te preocupas, también. Ahora pueden sonar a palabras de aliento. Tienes desdén por los que como tú han hallado, aunque falsamente. No es tu caso: no querías empatía ni semejanzas, no compasión ni analogías; no deseas un te entiendo ni un me pongo en tus zapatos y piso caca, la arrastro. Mucho menos el yo sé de que hablas, también a mi me pasó, si te contara..., mejor no preguntes, es lo común a esta edad, no eres el único, bienvenido al club, perdedor.

No tienes eso, te dices, sino compañía. Un grito penetrante que revienta contigo sin saber por qué. Posees una especie de pólvora humana cuyo detonador es tu índice que salpica su lamento. Hay por fin, luego de esas horas de muerte solo entre las sábanas sin temperatura de la cama donde duermes un alguien, una alguna, un depositario de tu bocanada de realidad imposible de creer. La zozobra se quiebra y en un aliento altivo de valentía compartes el mundo interno que celosamente habías guardado. Eres otro. Vas y no te quedas; vienes y no estás quieto; eres de nuevo el dominador. Señor de la situación que ahora tú rodeas.

Una boca más ancha y más ágil, menos sola, más visceral, levemente más corrosiva e impulsiva te detiene. Pisa de tajo la idiotez a todas luces de tu mediocre noche en vigilia. No hagas pancho. Dramático. Silencio. Una indiferencia pasada por un interés vago que nada significa. Muecas. Palmadas al vacío que tiene forma de hombro o de cabeza salpicada de cabellos largos. Relatos irreprochables que dan cuenta de situaciones similares. No hay singularidad: somos hombres medios hasta en la desgracia. Medibles hasta en la catástrofe. La queja no vale, te dicen, quejarse no funciona. Si te quejas me esfuerzo más, parece la sentencia. Apoyo falaz, cooperación tapabocas, mentadas sin sustancia, es lo que obtienes cuando pensabas que era compañía. Pero ella no existe.

El mundo fue configurado para ti y para los que no son como tú. No esperes entenderlos: no te entienden. No los acompañes: no saben qué es eso. Sin esfuerzos: es sembrar en tierra ajena. Ellos confunden compañía con competencia. El equilibrio sano de los mundos diversos con el diente por diente. Llegas, entre risas y lágrimas anticipadas por conocidas, a la conclusión de que ustedes, desde donde están, permanecerán quietos e indiferentes. Si el corazón puede andar sin compañía, bien puedes ser el alma sin rey.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sentimientos de la Nación

Recuerdo con mucha emoción y nostalgia mi primera aparición en público. Fue un acto académico para conmemorar un aniversario de la promul...