Leo en cierto libro lo siguiente:
"En cualquier caso, no podemos ir hacia atrás, todo lo que hacemos es irreparable, y si uno mira hacia atrás no es la vida lo que ve, sino la muerte". Por alguna extraña razón me estremece este razonamiento. Como si de pronto hallara en otro lo que una vez con temor intenté decirme. Ir hacia atrás fue siempre una fantasía para mí: recomponer, no perder esta vez, decirlo con todas sus palabras, abstenerse, no ejecutarlo, perdonar y ofrecer disculpas, jamás hacerlo. Cuántas veces no quise regresar el tiempo y modificar tal o cual circunstancia. La esperanza de ser mejor se basaba, en gran medida, en una nueva oportunidad pasada del destino, en la que pudiera —por fin— demostrar lo aprendido.
Recuerdo que un tiempo la máquina del tiempo fue una constante en mi imaginario. No al punto de inventarla, pero sí su existencia y eficacia. La deseaba casi como el hecho mismo de estar convencido y convencer a otros de qua había vivido y por tanto crecido y mejorado. Cosa más inútil. Muy en el interior, en lo profundo de mí, tenía la certeza de que la vuelta al pasado no me haría mejor. Que la expectativa debería centrarse en el futuro y las posibles acciones. Las circunstancias, me decía, no cambiarán tanto; el éxito de las buenas consciencias radicaba en prever las reacciones futuras casi inmediatas. En saber actuar o inclinarse por la no acción. El buen silencio.
Lo que miro si volteo hacia atrás es la muerte del que fui y quise dejar de ser. Aquel miserable solitario envuelto en el círculo vicioso de volver sobre los pasos para indagar, sin aprender de ellos, con la obsesión del enfermo de la memoria: el que no olvida. El rencor es el aliento del que mira sistemáticamente para atrás, con ojos mañosos que sólo miran sin ver. Que miran lo hallado y temen buscar entre lo nuevo.
Ir hacia atrás tenía que ver con no dormir. Con agotar las horas noche en la discreta vigilia del que se siente amargo y sin nuevas oportunidades. No dormir: castigo silencioso cuyo objetivo descansaba en componer lo roto o en hallar lo perdido, siempre desde el ala equívoca del tiempo transcurrido. Ahora que, sin ganas como siempre, llego al estado del sueño me espanta la idea de hallarme conmigo mismo, el que fui, el muerto ya, y no reconocerme o ignorarme por seguridad y sanidad. ¡Qué se vaya, que no vuelva!
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