El hombre que duerme solo no sueña. Detiene contra la cama el peso del día entero. Deja caer el cuerpo y cede ante la inclemente furia del deceso pasajero: duerme. Es la noche quien gobierna y dirige. Él cede. Sin voluntad ni aviso de queja, el hombre que duerme solo inicia en silencio un diario. Nadie lo escucha escribir, gritar ideas ciegas y torpes; va por la noche sin dirección; escupe al techo que lo mira como queriendo caer sobre su insomnio loco. Ambos enfrentan sus silencios con silencio mutuo: se miran, pero no escuchan, no hay intercambio de nada. Quien duerme solo y el que lo mira dormir solo. Extraños sin relación.
El hombre que duerme solo no sueña. Espera entre pestañas la primera mañana. Él no pega los ojos. Cede con simpleza.
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