martes, 8 de septiembre de 2015

Nueva metamorfosis

"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto".
FK 


No es secreto que he vivido la vida a contrapelo. Entre cuidados externos y descuidos propios. Por convicción, casi siempre; por ideología muchas veces, y por impulso las más lamentables, y de las que sigo sin lamentarme siquiera un pedacito. Desde hace 30 años he vivido un poco como mejor me ha sido posible, otro tanto como me han recomendado, y últimamente harto de los propios límites y correas que me he puesto, digamos en cosas tan simples como la comida.

No me pesan los años ni las experiencias. Por circunstancias extrañas, sigo dirigiendo las decisiones que tienen que ver conmigo como en una especie de ciclos: semestres, años, conmemoraciones, años nuevos y aniversarios de vida. De ninguna etapa me guardo recelo o me tengo por arrepentido. Bebí en su momento. Fumé cuando así lo sentí necesario. Amé si era mi posiblidad hacerlo. Peleé por lo que sentía mío sin que lo fuera. Lloré por perder insignifcancias que en su momento eran un todo maléfico que sin dejarme avanzar me tenía de pie...

Tampoco es secreto que vivo buscando. Que espero. Que tengo un pie siempre sobre la ruta, y el otro siempre en el estribo como para bajarme por fin. Los miedos y las valentías han cambiado, y quizá lo que me queda de la juventud es precisamente la idea de que fue lo que tenía que ser. Soy severo conmigo y con los otros por alguna idea tarada de que siempre se puede dar mejor un paso, sin importar cuán acostumbrados estemos a caminar a ciegas y aun así hacer como que avanzamos. Soy exigente conmigo y con los otros por una especie de respuesta de sorbevivencia en un mundo en el que al camaron se lo lleva la corriente. Creo con firmeza en la capacidad de los seres humanos para inventarse una vida y darle aliento y luego cambiarla por una que no lo tenga: la libertad de elegir. Estoy en contra de la frustración y creo en la valía de la resignación como arma para aprender a vivir cada vez más lento, más quieto, más en silencio, más en soledad, más conmigo mismo. Sin nadie.

No me veo tampoco en otro sitio, con otra vida, con diferentes circunstancias. No lo hago porque sigue en mí la idea de comprender éste que soy, el que me tocó ser, el que es, el que puede dejar de ser. Ambicionar más sería, a estas alturas, una torpeza. Bastante he equilibrado la balanza como para que un sueño sin fundamento la incline a favor de la inercia, de la sucesión, del azar, del destino colectivo. Soy un hacedor de mi existencia desde que recuerdo. Por necesidades insospechadas, he tenido que caerme. Nadie me dijo morirás, pero escuché todo el tiempo que  la vida no sería sin la muerte.

Sin embargo, a veces me canso de dormir solo. De rumiar entre las sábanas las pesadillas hermanas de las mañanas de esperanza. Pero a veces también deseo matar y resarsir el hilo de la ilusión primera, aquella que dijo un día que todo sería mejor si aprendía a levantarme. Algunas noches, quizá las últimas, antes de entrar a la cama con la certeza de que mañana podré por fin terminar de decirle a alguien algo con sentido, me miro al espejo y veo tiempo en mí. Percibo el aroma de la edad. No soy más sabio ni más templado ni mucho menos más racional. Pero sí más viejo. No soy más tolerante ni más maduro ni más negativo. Pero sí más viejo. Sé que lo soy porque me pone triste la muerte del día; porque el domingo por las tardes es ahora más nostálgico que antes; porque cuando todos duermen en casa y yo salgo como entre sueños a deambular los cuartos quiero despertar las cosas y que me digan lo que saben, que relaten para mí los días de mi ausencia; porque de tarde en tarde, cuando me despido, en silencio espero volver a ver a todos. Por el drama diario a la hora de vivir.

Quiero decir que experimento mi nueva metamorfosis. Asisto a mi nuevo cambio de piel. Redacto con tropiezos los primeros rayos de mi nueva etapa. No tiene nombre, no hay aún tipología, no tiene siquiera un rostro. Es tan sólo la punta del mástil que se asoma entre otros muchos mástiles. Es tan siquiera una hora de silencio en que nada me conforta. Una rabia por vivir y una viejísima llamada que ha viajado desde el futuro por mí hasta este instante. Es mi "ahoraque". Pero también es la razón de muchos de mis malestares físicos, anímicos, psicológicos, sentimentales; y la causante de varias de mis emociones intelectuales, académicas, sociales, económicas, racionales, filosóficas. Es un "ahoraque" con tintes de ultimatum, de urgencia, de desespero, de esperanza, de capacidad para lograrlo, de intensa sensación de vida. 

Digo, entonces, que experimento mi vida. Que vivo la segunda metamorfosis. Sin duelo ni llanto; sin ensoñaciones ni cursilerias; sin venganzas ni extravíos; sin olvidos ni recuerdos que me enfermen la memoria. Sin sueños intranquilos. A la Gregorio Samsa, pero en versión azul.








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